Cómo se siente, ya no sentir que hay un lugar adonde ir. Si cuando todo me queda incómodo, ya no queda más que gritar, a ver si hay quién me pueda liberar. Y es buscar dónde encajar, volviéndome a incomodar, en el preciso instante equivocado con las malditas presencias que me dejan en la más triste desolación, para luego transformarlo todo en desesperación. Es querer, por un rato, no bailar al compás de los desquiciados y callar a los demonios desenfrenados. Es hacer fuerza para no soñar al dormir, con aquellos momentos que, sabemos, no vamos a revivir.
Despertar cada día en el encierro que me deja aquel espacio estrecho. Como si no quisiera recordar, que no me pueden visitar, mientras siga habitando ciudades con casas con muchas puertas y pocas llaves. Como si las horas jugaran a apurarme, mientras se empeñan en demostrarme que aún no es posible entender que ya nunca jamás va a volver.
Es esperar la sonrisa que alivie la tensión que me arranca los pelos y la impaciencia que me chasquea los dedos. Es volverse tan, pero tan loca, que ya me veo volar a la par de las mariposas, corriendo descalza por las nubes, saltando charcos, pozos, piedras azules. Es volverse tan loca, que subo al cielo de un solo salto y me columpio en hamacas violetas con gusto a frambuesas. Tan loca que la lluvia no me toca, ni me moja, y el sol no me dora la piel. Tan loca que lloro, río, y no nos veo, entonces me vuelvo y me pierdo en mi mundo inventado de locas tan locas que lloran rosas rojas, y ríen sueños de colores nuevos.
1 comentario:
Tu texto es una poesía, entre melancólica y surrealista. Deliciosa.
"Si no sos estudiante de sociología, simulás muy bien serlo"
Me leíste la mano Sabri.
"Tu gelatina, me recordó a Marx"
Si Nocera te escuchara, jaja.
Saluditos srta, abraxos muchos.
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