Era
una noche entre todas las de mi casa de Artigas. Mi hermano chiquito y yo ocho
años. En mi cabeza, ladrones, cerraduras y ventanas vulnerables. Unos ladrones
sueltos: la banda de los calefones. De repente, pasos firmes. Un hombre alto,
con campera y pantalones de cuero. Una rejilla en la boca. Sus manos al calor del
calefón. Por el calor fuerzas y poderes especiales, como otra apariencia frente
a las víctimas. Mi familia en peligro. Los asesinos de antes estrategas. Pero
ese día no.
A
la mañana siguiente, mi tío Manuel abajo en la puerta. Mi mamá zapatos de taco
rojos, mi papá la corbata de seda más fina, mi hermano un gorrito de lana nuevo
y yo un moño grande y fucsia en la cabeza. Manuel muy extraño, él siempre muy
clásico con su ropa, y sin embargo, ese día una campera de cuero. El tío un
abrazo fuerte a cada uno, un lugar donde nunca. Su auto blanco, mi papá
adelante y los demás atrás. Manuel y sus sonrisas. A lo lejos un puente. Al
costado del auto una hornalla y sus manos al calor. Mis papás como si nada, yo
con los ojos redondos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario