Mar del plata, 12 de Septiembre de 1992
Querida Eugenia:
Apenas la separación, y ya el cuerpo me pesa. Ya el alma se desploma. Pensando en ese artificio del concepto de distancia, creyendo que es lo que nos cambia, mientras el inconsciente coherente sabe que siempre vivimos igual de distantes.
Tú siempre sacas provecho. Comienzas a desplegar tus armas letales de seducción femenina, inagotables. Las desparramas por todos tus ámbitos sociales, buscando una nueva víctima. Y la encuentras, claro, pero no te alcanza, o no te sirve, y la abandonas.
Sabes bien de nuestras libertades, nuestros jueguitos circulares, sabes que tuvimos el tiempo suficiente para construir el refugio que más nos acoge, pero renegamos. Si ya me dijiste que no hay otro como yo, pero siempre con la misma tontera que te impide elegirme.
Oh, Eugenia… ¿Volverás otra vez, a las dos semanas, como en cada separación? Ya no juegues conmigo, me haces tan mal. Y somos tan cómplices, aunque siempre voy a echarte la culpa. No vuelvas, Eugenia, no me hables, no me llames, no me escribas.
Ay, Eugenia, por favor te lo pido, no me dejes, no busques otro hombre. Quédate conmigo, o sola, tal vez lo aceptaría. Pero no apoyes tus labios en otros ajenos, no acaricies otra piel. Euge, Eugenita, Eugenísima mía… ¿Será el amor esta locura?
Hasta siempre,
Claudio.