Estaba adentro de un taxi, sentada en el asiento de
adelante, llegando tarde al trabajo. Había estado leyendo una novela en el
colectivo, compenetrada en una historia de amor y aventura, que hizo que me distrajera
y me pasara de donde debía bajarme. No sabía dónde estaba, ni cómo volver. Por eso decidí tomar un taxi, en una avenida
colapsada por el tránsito. Los autos no avanzaban y el tachero aprovechaba para
piropearme e invitarme a salir. Quería escaparme, siempre me dio miedo estar
sola en un auto con un hombre desconocido. El tipo se me acercaba cada vez más.
Abrí los ojos. Me pesaban mucho, desde las cejas hasta los párpados y las
ojeras, era muy difícil mantenerlos abiertos. Miré el despertador y eran más de
las diez. Entro a las nueve a trabajar, llego todos los días nueve y media,
pero me despierto a las siete. Me levanté de la cama, con el cuerpo también
pesado, y muy mareada, me costaba llegar hasta el baño. Cuando pasé por el
comedor encontré a mi padre sentado leyendo el diario, se ve que volvieron a
vivir conmigo, pensé y abrí la ducha. Desde adentro de la bañera se oía una voz
que relataba algo que no comprendía, en un impulso arranqué la cortina, y era
mi mamá que estaba duchándose. Le pedí que por favor se apurara, porque estaba
llegando tarde, aunque mi cuerpo estaba muy enlentecido como para sacarse la
ropa. De mientras, me mostraba dos pititos que tenía en su panza. Abrí en un sobresalto los ojos, el espacio era pequeño y
rectangular como una caja, mi voz resonaba con eco cuando gritaba preguntando
si había alguien del otro lado que me oyera. Las paredes eran plateadas y se
despedazaban si las rasguñaba con mis garras. El aire empezó a faltarme, sobre
todo cuando descubrí que el único lugar por el que entraba oxigeno era un
pequeño agujerito, un círculo perfecto, como hecho a máquina, del diámetro de
un sorbete. Abro los ojos con fuerza como si estuvieran pegados. Tengo un perro
hincando los dientes en mi brazo, dejando mi mano dentro de su boca, siento
como sus colmillos atraviesan mi carne. Después de tironear unos segundos, logro
que se desprenda con un sacudón. Gatos se lanzan hacia mi cuerpo con sus uñas
filosas, quieren colgarse de mi piel. Los pateo con toda la fuerza de mis
muslos, salen volando, pero rebotan y vuelven a mí. Ratas caminan mansas, suben
lento por mis pies, escalan sigilosas por mis piernas generando un cosquilleo, pasan
por mis pechos, se saltean la boca y se comen mis ojos.