Hermética,
como el pimpollo que aún no floreció, el jazmín acurrucado dentro suyo. Seca,
como los ojos que duelen sin saber llorar, el invierno evaporó su humedad.
Inmóvil, no puede seguir la danza del vientre. Durmiente, no siente nada del
exterior, ni una caricia. Sólo es carne en medio de un silencio que agujerea
los oídos, mutila el alma.
Existen tiempos que se está
perdiendo, cuerpos sin conocer, la frescura de la brisa. Conoce la
inmaterialidad que antes la sedujo, los espacios que se abren y la libertad siempre
hermosa. Recuerda la humedad, la necesidad de explorar, las caricias que la
alborotaron. Aún mira por su agujerito lo que los otros no llegan a percibir.
Su círculo es cada vez más pequeño.
Debería abrirse, aflojarse, gritar, desde las entrañas. El desierto convertirse
en mar de náufragos. Se queda allí, en la quietud, como un cachorro en el
regazo de su madre, escondiéndose tras el vello. Teme
no volver a florecer.