Ay! Mientras la vida pasa
sin darte cuenta, ahí estás
con tu cara de colgado.”
“La dicha no es una cosa alegre”, Beilinson – Solari.
Cuando la vida pasa, mientras los andares cotidianos no se detienen, y no nos vemos, nos miramos, pero no nos distinguimos, tan sólo las figuras moviéndose de cómo todo pasa. Y queremos amarrar fuerte los pies, pero es inevitable, aunque lancemos la vista hacia mil años adelante, o miremos atrás. Es que no tiene que ver con los ojos, sino con la percepción. Percibimos cambios que preferimos ignorar, cómo los colores cambian de color y de lugar, y nos tiñen y destiñen, nos hacen mudar, nos hacen quedar. Siempre pensamos en paralelo, realidad y deseo, estructurado, y lagrimeamos si no se asemejan, y gritamos de disconformidad, sin saber la causa. Cuál será la causa de todo este enredo que nos deja desconcertados, estirando los brazos para alcanzar algo y buscarle el pelo luego. Cuanto más queremos arrancarnos los moldes, más se nos pegan a la piel, tiran los tejidos, duele. Como duelen las hojas que caen antes de marchitarse, los abrazos que ya no vamos a recibir, las risas que no vamos a oír, las cenizas que soltamos no sabemos dónde, y quedan dispersas, perdidas como partículas ínfimas en medio del aire.